Aunque la psoriasis puede adoptar diferentes formas, la mayoría de las personas con psoriasis presentan placas rojizas cubiertas de escamas de color plateado o blanco en la piel. Estas placas se observan con más frecuencia en codos, rodillas y en el abdomen, pero pueden aparecer en cualquier parte, en zonas concretas del cuerpo o bien de forma diseminada. Otros síntomas de la psoriasis pueden abarcar desde dolor articular, cambios en las uñas o caspa abundante en el cuello cabelludo.
Se trata de una enfermedad crónica, de causa desconocida, aunque en algunos casos puede ser hereditaria. Actualmente la psoriasis carece de un tratamiento totalmente curativo, si bien es posible controlar sus síntomas y blanquear o mejorar las lesiones. En ningún caso se trata de una enfermedad contagiosa, por lo que no puede contraerse ni transmitirse a otras personas.
El comportamiento de la psoriasis es caprichoso e impredecible. Las lesiones pueden sanar por si solas y desaparecer por meses o años, o empeorar y ganar en extensión.
Al tener una afectación a nivel estético, puede tener un impacto psicológico y social negativo para el paciente.
El dermatólogo es quien debe plantear un programa de tratamiento con revisiones periódicas. Es muy importante no automedicarse, ya que podría agravarse la enfermedad. Los tratamientos suelen ser largos y se debe ser constante. La elección de uno u otro tratamiento depende de la edad, el tipo de psoriasis, la localización de las lesiones, la extensión y la severidad de la enfermedad.